martes, 18 de febrero de 2014

"La generación más preparada de la historia"

"(...) sin pensar que la Primavera y la carne acaban también". Rubén Darío.

Se preocupa de tomar el gintonic, que por algo está ahora tan de moda. Aunque, también, es capaz de sobrevivir a base de cerveza, eso sí, 2 o 3 veces por semana, para sentir cómo se le hinchan las venas de los ojos y cómo la timidez se despidió con la segunda ronda.

Le gusta vestir a la moda, comprarse zapatillas carísimas en páginas low cost de la web, para lucirlas delante de los amigos (¡a cualquier cosa ya le llamamos de eso!) de turno (nunca mejor dicho). Llevar las uñas coloreadas de azul, negro, verde flúor y rojo putón, que ahora vuelve a estar de moda, gracias a una serie de televisión. 

Jamás escucha la radio, porque los últimos capítulos de Homeland le roban todo el tiempo, transportándolo a un imaginario donde nada existe realmente.

No sabe los nombres de ninguno de los ministros y cuando le toca hablar de política se le llena la boca de tópicos, para terminar escupiendo un "¡qué asco!"; pero, eso sí, esta noche dormirá calentito, tras un vaso de leche caliente con galletas (que antes colgará en Instagram) y en sábanas que hace ya tiempo dejó de planchar.

Apoya todas las causas que hay que apoyar y, además, no te exagero si digo que alguna más, pero siempre detrás del click en Facebook y Twitter.

Lo importante de San Valentín es compartirlo con el resto del mundo, para fardar de novio, ramo o estupidez supeditada a la sociedad en la que vive.

Ve vídeos del Wyoming criticando la tragedia de Ceuta, para llevarlo a debate no más a allá de su grupo de íntimos.

Sabe que cobra poco, pero no se queja, porque detrás de él hay otros 100 expertos en calefacción culo-sillón, haciendo una cola donde no se suele preguntar: "¿quién es el último?".

Come sándwiches para almorzar y cenar, porque NO TIENE TIEMPO de aprender a rebozar el pescado en harina; de saber que los ingredientes que le faltan para el plato de la abuela tienen el mismo valor que un par de packs de pan de molde; de escuchar que hay legumbres con más calcio que la leche; de preguntarse de dónde viene cada loncha que hay en el envase del jamón y cada nombre raro que aparece en su etiqueta.

Se acuerda de cuando quería ser futbolista, de la época de Eminen y de cómo ellas bailaban al son de un grupo tan efímero como la juventud de la que te hablo.

Su mayor reto es (y se le llena la boca al decirlo) ser feliz, vivir bien. Una casa, una novia, además de un sin fin de NECESIDADES, ¡por supuesto, por supuesto!, NECESARIAS (...) y ser dueño de su futuro y de sus oportunidades, aunque sabe que éstas estarán condicionadas por el presente que le ha tocado vivir.

Y colorín colorado, este cuento ¿se ha acabado?

martes, 11 de febrero de 2014

Dios dirá



Se cansó. No de levantarse todas las mañanas para ir al trabajo, ni de acostarse cada día a las 23.00 horas para no tener ni una pizquita de sueño. No. No de comer todos los días en aquel comedor con aceite que lo único que conocía de la oliva era que ambos empezaban con vocal. No. No de la ropa que tenía entre las perchas del armario, pantalones apretados al culo y a cierta distancia del ombligo. No.


Se cansó de pensarlo. Se cansó de pensar. Se cansó de darle vueltas a madrugar, a la comida y a los pantalones... de los cojones. Y empezó a ¿vivir?



Empezó a levantarse cuando le daba la gana, a pasar el día pasando sueño o, por el contrario, descansada para tres días. Empezó a llevarse comida al trabajo, a celebrar la semana de la carne, vegana, y la de los huevos fritos; a pasar un día sin comer y otro a picar cada dos horas. 



Empezó a vestir pantalón ancho, falda, pantalón corto e, incluso, algún día se puso calzoncillos. Y nada debajo del abrigo.



Escribió durante tres meses seguidos; dejó el trabajo por otro y, después, de nuevo, por escribir. Y decidió no tener hijos y tirar por la borda decisiones tomadas. Pero, siempre, con calma. Y, luego, Dios dirá.