martes, 23 de febrero de 2016

Las barreras de los grandes

"(...)Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras". Clara Campoamor. El voto femenino y yo.

(...) y volver a traducir del español a otro idioma, algo a la vez tan difícil y auto sorprendente por lo que la propia capacidad intelectual de una puede llegar a crear.

Tengo miedo, pero intento racionalizarlo, leyendo la biografía de la esposa de Stephen Hawcking, que tuvo que hacerse cargo de las dificultades que le ponían al paso la enfermedad de su marido, su propia carrera como investigadora, traductora y estudiosa de la literatura española y francesa, y el cuidado de dos niños pequeños, en esos primeros años de su matrimonio. Y su perseverancia y calma me insuflan fuerzas, a la vez que lo hacen otras mujeres que considero también importantes en mi camino, por esta tranquilidad de la que hacen gala y que tanto ansío para mí.

Hoy, la casualidad de hojear la prensa matutina me ha llevado a las olvidadas de la Generación del 27, en una noticia que caracteriza esta generación como una “neutro” de intelectuales, literatos, pensadores, etc. La mujer siempre relegada a un segundo plano. Y esto ha hecho que indague aún más sobre algunos autores que sufrieron calamidades con el comienzo de la Guerra Civil, que asoló nuestro país en los años 30 del siglo pasado. Evidentemente, el ejemplo más significativo fue el de Federico García Lorca, porque murió fusilado quizá en el momento cumbre de su obra. Pero hubo otros, que aunque la muerte no les ha otorgado ese calibre de protagonismo, también sufrieron penurias, en las cárceles (Miguel Hernández murió en una de ellas), o en el exilio, como mi, desde ahora admirada, Clara Campoamor, que logró el sufragio universal femenino en nuestro país; aunque una medida tan liberalizadora significase el ascenso de la derecha en las urnas, ya que la mujer que ejercía el voto por aquel entonces era mayoritariamente conservadora. Contradicciones.

Clara Campoamor tuvo que dejar los estudios a una muy temprana edad, para ayudar en la economía familiar tras la muerte de su padre. Pero, incansable de saber, acabó sacándose el Bachiller y la carrera de Derecho, que finalizó con 36 años. Y llegó a trabajar como traductora y oradora en Buenos Aires, tras su exilio, y, más tarde, como abogada en Suiza.


E instruyéndome sobre estas mujeres es como consigo que las barreras que me encargo a veces de construir a mi alrededor adquieran la resistencia de materiales ligeros, que suponen su caída con el más leve de los suspiros.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Los pasos

"Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol" Mario Benedetti

[...]Es un comienzo, aunque el camino no es recto, a veces me paro y me siento en una piedra a descansar; a veces, más tiempo del que me gustaría; o doy patadas al suelo porque me he perdido. Y es que, este camino no está señalado, no hay ningún sendero en el suelo, solo se hace poniendo un pie tras otro… constantemente.

martes, 9 de febrero de 2016

De cómo deberían ser más a menudo los días

"Aquellos que eran vistos bailando eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música", Nietzsche.

Déjame que grite cada vez que pierdo a las cartas, que grite como si fuera un niño pequeño que no sabe perder, porque es la primera vez que juega. 

Déjame que baile retándote a ver si puedes igualar los movimientos de mi cuerpo al son de la música y que me sorprendas con algo mucho mejor, que me haga seguir bailando como si no hubiera un mañana.

Déjame que desayune espaguetis con tomate y que me sepan mejor que un café con tostadas, a pesar de ser las siete de la mañana.

Déjame que te cuente mis miedos sin miedo.

Déjame cantar a grito pelado por la calle y que la afonía me dure dos días, para que cada vez que abra la boca, me salga una sonrisa al recordar ese momento de locura.

Déjame quedarme dormida en el sofá y que un gato guarde mis sueños, que venga a arañarme despacito por la mañana, porque el sol hace ya tiempo que salió.

Déjame recordar cómo era reírse a carcajadas...con solo una mirada.

Déjame hacerte llorar, para poder limpiarte las lágrimas mientras hago esfuerzos por tragarme las mías.

Déjame vivir más fines de semana así.