jueves, 5 de enero de 2017

Dulce Navidad

"25 ya es Navidad. Todos juntos vamos a brindar... por Ruanda, Etiopía, en Venezuela o en la India hoy mueren niños, ¡Feliz Navidad!". Ska-P

Suena el despertador. Rosalinda, se lleva una mano a los ojos y se quita las legañas tras el profundo letargo que ha conseguido alcanzar durante las últimas tres horas. De camino al baño, se mira en el espejo del pasillo, con las medias aún puestas y la camiseta de lentejuelas de la cena de empresa del día anterior, que por algo se acerca la Navidad y hay que llevar lentejuelas y brillantitos hasta en el carné de identidad. Parece familia de un oso panda, con los chorretones de rimmel recorriendo la parte alta de los pómulos. No sabe si lavarse la cara o arreglarse un poco el maquillaje y que le sirva para la comida de Navidad con los vecinos del quinto del portal de al lado, a los que un día conoció en la panadería. Mientras se ducha, se da cuenta de que esta noche también tiene cena de Navidad con la familia del carnicero del barrio, y que mañana toca desayuno navideño con sus viejos amigos de la guardería, a los que el resto del año ni siquiera saluda porque no es capaz de acordarse de sus caras. Pero se acerca la Navidad y hay que hacer cenas, desayunos y comidas hasta con los contenedores de vidrio de la calle. Simplemente porque es Navidad, oh, dulce Navidad.



Ya con café en la mano, repasa los amigos invisibles que tiene apuntados en la nevera para regalar este año: el perro de mi hermano Paco; el loro del abuelo de los vecinos del quinto del portal de al lado, esos mismos con los que va a comer; la uña del dedo gordo del pie de la tía Emilia... y que comprará el día 5, a las 19.00 horas de la tarde, justo después de la cabalgata, para mezclarse entre las multitudes que recorren a esas horas las tiendas y los centros comerciales, para sentir más que nunca el espíritu navideño mientras aspiras el olor a pedos de roscón. 

Se pinta los labios de rojo Papá Noel y mete 4.000 euros al bolso, por si las moscas ve administraciones de lotería por el camino, porque nunca se sabe en qué décimo puede caer la suerte...

Y mientras camina por la calle, se percata de algún que otro rasguño en la media, por las narices respingonas de los muñecos de nieve de adorno o las hojas de los abetos navideños con mil y una bolas y pirulís en cada puerta de todos los comercios de su calle, a juego con las luces navideñas de las calles que se han olvidado apagar aunque sea de día y que llevan puestas desde el 12 de julio. Nimiedades, porque es Navidad, oh, dulce Navidad.

*imágenes: Pawel Kuczynski 

miércoles, 4 de enero de 2017

A contracorriente

"Lo mejor y lo más bonito de esta vida no puede verse ni tocarse, debe sentirse con el corazón". Hellen Keller.

Ando pensativa estos días navideños. Siempre me ha gustado la Navidad, por reunirme con la familia, cuando el pueblo de mi madre huele a humo de chimenea o la casa del tío Vicente vuelve a llenarse cada 31 de diciembre; por lo rico que se cocina estos días, pero, sobre todo, por la preparación de la comida, entre charlas, risas y nervios; porque la gente parece estar de buen humor; porque nos entusiasmamos planeando propósitos para el nuevo año que comienza y nos ponemos melancólicos con el que termina; por la magia que rodea estas fechas, y que nos inculcan desde pequeños con el nacimiento de Jesús, la adoración de los pastores y los eternos Reyes Magos, cuyos obsequios perduran hasta nuestra época.

Sin embargo, este año he empezado a coger manía a ciertas costumbres... o, mejor dicho, imposiciones navideñas. Intentar ver a todos tus grupos de amigos antes de que acabe el año, como si se tratase del fin del mundo; los obligatorios amigos invisibles, con los obligatorios y requeridos deseos sobre lo que quieres que te regalen; el exceso de comida que hace que en el momento del turrón maldigas una y mil veces la vuelta a casa por Navidad del Almendro; los 1.000 mensajes que recibes por whatsapp en Nochevieja, sorprendiéndote de que la imaginación de tu tío, coincida con la de tu vecino o la de tu jefe, sobre sus buenos deseos para ti en el nuevo año, con mensajes idénticos palabra por palabra; la odisea de las compras, las tiendas y los centros comerciales hasta arriba, en busca y captura de los 300 maravillosos amigos invisibles a los que regalas este año...


Creo que es el día que mejor he elegido la frase con la que comienza el post, porque, precisamente lo que me gusta de estas fechas no puede verse ni tocarse, solo sentirse. No son necesarios los regalos de los Reyes Magos, ni de Papá Noel, ni de San Nicolás, ni del Hada de los Dientes, ni de la Bruja Piruja de tres narices, de verdad, de verdad, de verdad... al menos no para mí. Ni hacer 800 amigos invisibles con cada grupo social en el que estemos metidos para que todos recibamos un detalle por Navidad. No quiero nada, ni estoy esperando a la Navidad para pedir un abrigo, un ordenador o unas bragas cagadas y así despertarme con ilusión el día de Reyes... esa que que se me va a quitar de golpe cuando vea la fruta escarchada del roscón, en serio, ¿a quién le gusta eso?

No veo la necesidad de organizar tropecientas cenas de Navidad con gente a la que luego no sueles ver en todo el año, para deciros que a ver si nos vemos/llamamos/queremos más. Basta, por favor.

No entiendo la necesidad de pasear por el centro de Madrid, de ver Cortilandia entre pisotones y mareas humanas, que no sabes si estás en un espectáculo para niños o en un concierto de  Sting; de entrar en cada tienda abarrotada para comprar algo que no necesitas; de comer churros, castañas, gominolas y de postre patatas fritas, porque, ya que vas echar una tarde de andar por Madrid...aunque la multitud no deje que avances más de 30 pasos: o de adornar toda una ciudad con tanta luz que ya no distingas si es de día o de noche, y a las que acudimos, cual mosquitos encandilados por la ¿belleza? de bombillas que se encienden y se apagan. La creación de la especie humana es para hacérsela mirar.

No percibo el gusto de pasar tardes en un centro comercial cerrado, visitando cada tienda, a cada cual más cara, para satisfacer necesidades que realmente no tienes y que surgen con este espíritu navideño consumista que tan bien estamos desarrollando.

Y de llegar al 7 de enero hasta las narices de lucecitas, de petardos, de cuñados, de comer, de gorros de papá noel, de gastar y de todas esas imposiciones navideñas.

Creo que van a ser las últimas navidades que paso como intentan hacerme creer que son (ya sea la familia, el Corte Inglés o una fuerza maligna que aparece a mediados de noviembre) y voy a empezar a planear las de este año que ha comenzado como me gustaría que fuesen. 

P.D. Se me ha olvidado el maravilloso mundo de la lotería...