domingo, 8 de mayo de 2011

Paulina

"(...) Quiero olvidar a esta mujer que tuvo la culpa

de amar al que no ganó la paz,

a esta mujer que arrastra su alma atormentada

por un campo segado de amor y de cordura.

Quiero olvidar a esta mujer sin luz

que mora en la agonía de los días que fenecen (...)"

Harmonie Botella Chaves


 Todos los veranos los nietos seguían el mismo ritual. Para dejar unas semanas descansados a los papás, se iban al pueblo en verano con la abuela. Allí, desayunaban galletas con mantequilla y mermelada, iban con sus amigos al río a bañarse y se dejaban contar mil y una historias por aquella señora, que habría sido escritora si no hubiese sido maestra. Historias que más tarde les contaría a los hijos de sus nietos. Historias que no podrían dejar de escuchar, porque contaban con un elemento mágico que llamaba toda la atención del oyente. Y es que, los personajes de esas historias, que a Paulina le gustaba contar, eran sus mismos nietos y , más tarde, bisnietos.

 Tenía un jardín enorme en la casa. Rosas, almendras, alguna seta, columpios, una mesita de piedra y sillas adornaban aquel espacio reservado a las narraciones de Paulina; quien no tenía, con ello, la necesidad de pasear por el pueblo. Y es que era raro verla salir a otra cosa que no fuese comprar pan, huevos o leche. Porque, además, poseía más tierras en las inmediaciones de aquel pueblo situado en un valle de la Sierra de Gredos y, algunas de ellas, estaban trabajadas por uno de sus primos en la cosecha de cereales, tomates, lechuga y alguna fruta. Así que en verano, los que salían eran ellos. Los nietos aprovechaban y con las sobras de la compra, hacían la inocente travesura de comerse algún caramelo, en compañía de amigos. Tenían varios conocidos con los que coincidían cada verano y, aunque a su abuela no le gustase salir, a ellos no les estaba prohibido.
¡Ah! Aquellos eran tiempos muy felices.

 Pero aquel verano no iba a ser diferente de cualquier otro, ya que a medida que se aproximaba el 6 de agosto la abuela comenzaba, como todos los años, a vestirse de negro, a dejar de contar historias, de sonreír... Lloraba y gritaba: "¡Canallas!", "¡Cobardes!"... Hasta que después de rezar todos en el cementerio el día 6, las cosas volvían a la normalidad al regresar a la casa del jardín. Como si nada de la pesadilla de los días anteriores hubiera sucedido. Y los niños pasaban los últimos días del verano felices, poniéndose cada vez más morenos y volviendo a la escuela con un millón de cosas que contar.

 En julio de 1936 los sublevados no tuvieron problema en hacerse con el control de la provincia de Ávila, igual que ocurrió en el resto de Castilla y León. Teodoro era muy conocido en el pueblo por su apoyo a la República, como militante de un partido de izquierdas, del mismo modo que lo era su mujer, Doña Paulina, maestra de la pequeña localidad, de 28 años, católica y practicante, y recién convertida en madre por tercera vez de la que sería su última hija. Alejada por la fuerza de su cargo tras la Guerra Civil, Doña Paulina (que tendría siempre el reconocimiento de "Doña" por parte de sus vecinos, debido a su condición de maestra, que logró tras concluir los correspondientes estudios superiores en la capital) vivió de las rentas de las tierras que le permitieron quedarse, tras la expropiación de muchas de ellas, y que habían sido en su día adquiridas por su padre.

 En agosto de 1936 su primo fue en burro desde el pueblo a la capital, Ávila, a recoger el cadáver de Teodoro, fusilado el día 6 y posteriormente enterrado en el cementerio del pueblo. 

 En septiembre de 1936 Doña Paulina guardó unas monedas de plata en un hueco de la pared (que, tras todo aquello, serían heredadas por la mayor de sus hijas, la mayor de sus nietas y la tercera de sus bisnietas), con la ayuda de su primo, tras destrozar a martillazo limpio un ladrillo, que después sería recolocado en su sitio con cemento y pintura para no dejar huella alguna.

 En abril de 1939, tras la Guerra Civil, Doña Paulina ya no volvería a dar paseos por el pueblo, ni con sus hijas, ni con nadie, sino a salir únicamente a comprar el sustento diario.

 En agosto de 1970 la abuela seguiría el mismo ritual que todos los agostos desde 1936. Se acabaron las historias y las sonrisas, llorar, "¡Canallas!", "¡Cobardes¡", visita al cementerio y vuelta a la normalidad.

 En agosoto de 1990 la bisabuela se pone triste, no hay historias aquel día, llora en silencio, "¡Canallas!", "¡Cobardes", susurra... 



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