martes, 11 de febrero de 2014

Dios dirá



Se cansó. No de levantarse todas las mañanas para ir al trabajo, ni de acostarse cada día a las 23.00 horas para no tener ni una pizquita de sueño. No. No de comer todos los días en aquel comedor con aceite que lo único que conocía de la oliva era que ambos empezaban con vocal. No. No de la ropa que tenía entre las perchas del armario, pantalones apretados al culo y a cierta distancia del ombligo. No.


Se cansó de pensarlo. Se cansó de pensar. Se cansó de darle vueltas a madrugar, a la comida y a los pantalones... de los cojones. Y empezó a ¿vivir?



Empezó a levantarse cuando le daba la gana, a pasar el día pasando sueño o, por el contrario, descansada para tres días. Empezó a llevarse comida al trabajo, a celebrar la semana de la carne, vegana, y la de los huevos fritos; a pasar un día sin comer y otro a picar cada dos horas. 



Empezó a vestir pantalón ancho, falda, pantalón corto e, incluso, algún día se puso calzoncillos. Y nada debajo del abrigo.



Escribió durante tres meses seguidos; dejó el trabajo por otro y, después, de nuevo, por escribir. Y decidió no tener hijos y tirar por la borda decisiones tomadas. Pero, siempre, con calma. Y, luego, Dios dirá.

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