jueves, 14 de enero de 2016

La perfección de la imperfección

"Mira el terreno hacia la cima de esa montaña. Es inestable, plagado de desniveles, de piedras, unas más grandes y otras más pequeñas, de árboles y de arbustos, de colores y formas. Es imperfectamente perfecto". 

Tiene gracia en que no soy la única que ha tenido crisis existenciales. Miro a mi alrededor y encuentro numerosos ejemplos, conocidos personal o virtualmente, que también han pasado o están pasando este tipo de baches. Quizá pueda aludirse al dicho de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero prefiero, (elecciones, de eso se trata), tomármelo como una característica intrínseca de nuestra condición humana.

Todos dudamos. No somos egoístas, por lo que mis miedos, agobios, preocupaciones y resto de sentimientos que a veces me acompañan, también son compañeros de muchas más personas de las que creemos. Y el que diga lo contrario miente. Solo que, quizá por educación, estamos acostumbrados al “todo va bien”. O quizá haya personas que prefieren centrarse en el lado positivo de todo. Aunque ese positivismo me parece idealista e irreal, porque las dudas no tienen porqué ser negativas, sino que dependiendo de nuestra percepción de las mismas, pueden ayudarnos a crecer e incluso a que los de nuestro alrededor también lo hagan. Esto mismo es lo que me ha pasado en los últimos meses cuando he quedado con amigos y nos ha dado tiempo a compartir algo más que un café. Me he encontrado con una que ha llegado a tomar antidepresivos, con otra que había vuelto a terapia con su psicóloga, con otra que también ha comenzado a visitar a este especialista, con otro que califica este año como “de mierda” y con otra que dice que ha perdido la ilusión. Y, después de esas charlas, hemos comentado lo a gusto que nos hemos sentido en ese momento que hemos compartido desnudez.

No hablo de compartir desgracias, hacerlas colectivas y recrearse juntos hasta el punto de ponerse de acuerdo para programar un suicidio colectivo, no. Porque de eso también he tenido. Gente que se queja siempre, constantemente y que no hace falta pararse con ellos a tomarse un café, porque es descolgar el teléfono y ya sabes la monotonía que te espera al otro lado del aparato. Esa clase de gente que, en vez de decir “todo va bien”, están acostumbrados al “todo es una mierda”.


Aunque también me asustan los que lo tienen claro todo y en ningún momento muestran un ápice de duda, de dejar algo a la suerte, de un “quizá…”. También hay de esos y suelen ser de los que más huyo, porque sus argumentos son tan endebles que, cuando hablan, parece que se están explicando y tratando de convencerse a sí mismos. Como robots y no como personas, cuya existencia está marcada por esta incertidumbre omnipresente, que ni ellos mismos  son capaces de llegar a controlar, a pesar de sus intentos de anotarlo, anudarlo e idearlo todo a la perfección. Porque la perfección es la imperfección.

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